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cara al Infierno; cuatro de ellos cargaban la joven alma de La Traviata, uno iba por
delante y otro por detrás. Estos seis avanzaban con paso vigoroso por el largo y
polvoriento camino que se llama el Camino de los Condenados. Pero el séptimo voló
por sobre ellos durante todo el trayecto, y la luz de los fuegos del Infierno que escondía
de los otros seis el polvo del terrible camino, resplandecía en las plumas de su pecho.
Y los siete ángeles que se precipitaban hacia el Infierno, hablaron.
 Es muy joven decían.
Y:
 Es muy hermosa.
Y contemplaron. largo rato el alma de La Traviata mirando no las manchas del pecado,
sino esa parte con que había amado a su hermana desde hacía ya mucho muerta, que
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revoloteaba ahora en un huerto de una de las colinas del Cielo con la cara bañada por
la clara luz del sol y comulgaba diariamente con los santos cuando se dirigían a
bendecir a los muertos desde el borde más extremo del Cielo. Y miraron largo tiempo la
belleza de todo lo que permanecía bello en su alma y dijeron:
 No es sino un alma joven.
Y hubieran querido llevarla a una de las colinas del Cielo y darle un címbalo y un
dulcémele, pero sabían que las puertas del Paraíso estaban cerradas con barras y
candado para La Traviata. Y habrían querido llevarla a un valle del mundo en el que
había muchas flores y sonoras corrientes, en el que los pájaros siempre cantaban y las
campanas de las iglesias tañían los días de descanso, sólo que no se atrevían a
hacerlo. De modo que siguieron avanzando y se acercaban cada vez más al Infierno.
Pero cuando estuvieron ya muy cerca de él, recibieron su fulgor en la cara y sus
portones se abrían para recibirlos, dijeron:
 El Infierno es una ciudad terrible y ella está ya fatigada de las ciudades.
Entonces, de pronto, la dejaron caer junto al camino y se alejaron volando. Pero el
alma de La Traviata se convirtió en una gran flor rosada, terrible y adorable; tenía ojos,
pero no párpados, y miraba continuamente con fijeza la cara de todos los que pasaban
por el polvoriento camino al Infierno; y la flor crecía al resplandor de las luces del
Infierno, y se marchitaba, pero no le era posible morir; sólo uno de sus pétalos se volvió
hacia las colinas celestiales como se vuelve la hoja de una hiedra hacia el día, y a la
dulce y plateada luz del Paraíso no se ajaba ni se marchitaba, y oía a veces a la
comunidad de los santos cuyos murmullos le llegaban desde lo lejos, y a veces le
llegaba también el aroma de los huertos de las colinas celestiales y sentía una ligera
brisa que la refrescaba todas las tardes cuando los santos se aproximaban al borde del
Cielo para bendecir a los muertos.
Pero el Señor levantó Su espada y dispersó a los ángeles desobedientes como un
trillador dispersa la broza.
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EN TIERRA BALDIA
Sobre los marjales descendía la noche espléndida con todas sus bandadas errantes de
estrellas nómadas y todo su ejército de estrellas fijas que titilaban y vigilaban.
A la firme tierra seca del Oriente, gris y frío, la primera palidez del alba llegaba sobre
las cabezas de los dioses inmortales.
Entonces, al acercarse por fin a la seguridad que ofrecía la tierra seca, el Amor miró al
hombre al que por tanto tiempo había conducido por los marjales y vio que tenía el pelo
cano, porque brillaba en la palidez del alba.
Entonces pisaron juntos tierra firme y el viejo se sentó fatigado en la hierba porque
había errado por los marjales durante muchos años; y la luz del alba gris se expandió
por sobre las cabezas de los dioses.
Y el Amor le dijo al viejo:
 Ahora te dejaré.
Y el hombre no le dio respuesta, pero se echó a llorar.
Entonces el Amor sintió pena en su corazoncito despreocupado y dijo:
 No debes estar triste porque te deje ni echarme de menos ni cuidarte de mí para
nada.
 Soy un niño muy necio y nunca fui bueno contigo, ni amistoso. Nunca me cuidé de
tus profundos pensamientos ni de lo que había de bueno en ti; por el contrario, fui
causa de tu perplejidad al llevarte de aquí para allá por los peligrosos marjales. Y fui
tan desalmado que si hubieras perecido en el lugar a donde te había conducido, no
habría significado nada para mí, y sólo me quedé contigo porque eras un buen
compañero de juegos.
»Soy cruel y carezco del todo de valor; no soy nadie cuya ausencia pueda ser motivo
de pena ni de cuidado. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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