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-Si estuviéramos en tierra -oyó que decía Long Jack- tendríamos alguna cosa que
hacer, siempre hay algo que hacer, cualquiera que sea el tiempo. Aquí estamos lejos de
la flota, y nada tenemos que hacer, lo que es una bendición de Dios. Buenas noches
para todos.
Pasó de la mesa a su litera como si fuera una gigantesca serpiente y empezó a fumar.
Tom Platt siguió su ejemplo. El tío Salters, junto con Penn, se abrió camino hasta la
escalera, pues le tocaba guardia y el cocinero preparó la mesa para el segundo turno.
Salió de sus literas, como los otros se metían en las suyas, estirándose y bostezando.
Comió hasta no poder más. Manuel llenó su pipa con alguna detestable clase de tabaco,
se aseguró entre el trinquete y una de las literas delanteras, puso los pies encima de la
mesa y dirigió una sonrisa indolente al humo. Dan estaba tirado en su lecho cuan largo
era, estirando un acordeón de colores chillones y llaves doradas, cuya melodía seguía
las cabezadas de la embarcación. El cocinero, que apoyaba la espalda contra el armario,
donde guardaba los pasteles (que tanto gustaban a Dan), pelaba patatas, sin perder de
vista la estufa, por si bajaba mucha cantidad de agua por la chimenea. El olor y el aire
espeso que reinaban allí, superaban cualquier descripción.
Harvey estudió la situación; se extrañó de que no se enfermara y se metió de nuevo en
su litera, por ser el lugar más seguro y agradable, mientras Dan empezaba a tocar: No
quiero jugar en tu patio, siguiendo la melodía original tan exactamente como se lo
permitían las terribles sacudidas de la embarcación.
-¿Cuánto tiempo durará esto? -preguntó Harvey a Manuel.
-Hasta que se serene un poco el tiempo y podamos recoger la red. Tal vez sea esta
noche. Tal vez dure dos días más. ¿No te gusta? ¡Eh! ¿Qué?
-Hace una semana me hubiera vuelto loco, pero ahora no me molesta... demasiado.
-Eso es porque en estos días te hemos convertido en pescador. En tu lugar, ofrecería
dos o tres cirios cuando llegase a Gloucester, por mi buena suerte.
-¿Ofrecer a quién?
-A la Virgen de nuestra iglesia en la colina, claro está. Ella es siempre muy buena con
los pescadores. Esa es la razón por la que se ahogan tan pocos portugueses.
-¿Eres católico romano?
-Nací en la isla de Madeira. No soy de Puerto Rico. ¿Qué iba a ser? ¿Baptista? ¡Eh!
¿Qué? Siempre llevo dos o tres velas cuando llego a Gloucester. La santa Virgen nunca
se olvida de su Manuel.
-A mí no me parece que eso sea así -interrumpió Tom Platt desde su litera. Dio una
chupada a la pipa y encendió un fósforo, cuya luz iluminó la cicatriz de su cara-. Está
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Escobén: cualquiera de los agujeros a uno y otro lado de la roda de un buque, por donde pasan los cables o cadenas de amarra.
(N. del E.)
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claro que el mar es el mar. Te pasará lo que deba ocurrir, lleves cirios o petróleo, es lo
mismo.
-Es bueno tener amigos en palacio -dijo Long Jack-. Pienso como Manuel. Hace unos
diez años estaba de tripulante en un barco mercante de Boston. Nos encontrábamos
frente a Minot's Ledge con viento del nordeste, y ante todo, se nos venía una tormenta
espesa. El capitán estaba borracho, tocando con la mandíbula la caña del timón. Me dije
a mí mismo: «Si logro arrimar mi bote otra vez al muelle de Boston les mostraré a los
santos lo que es el agradecimiento.». Bueno, como veis, aquí estoy. Le di al cura la ma-
queta de la vieja y sucia Kathleen, que me costó hacer un mes. El cura lo colgó delante
del altar. Es mejor ofrecer una maqueta, puesto que es una obra de arte, que comprar un
cirio. Puedes comprar cirios en cualquier tienda, pero un modelo demuestra a los santos
que estás agradecido, que has trabajado para ellos.
-¿Crees tú eso, irlandés? -preguntó Tom Platt, dándose vuelta.
-¿Lo habría hecho, si no lo creyera, Ohio?
-Verás, Enoch Fuller hizo una maqueta del viejo Ohio, que ahora está en el museo de
Salem. Es muy bonita, pero no creo que Enoch lo hiciera como una penitencia. A mí me
parece que...
Así empezó una discusión que había de durar más de una hora, de la clase que gusta a
los pescadores, donde se habla dando vueltas alrededor de un círculo, sin que al final
nadie haya demostrado nada. Pero Dan los interrumpió entonando esta alegre canción:
Saltó la caballa con su dorso rayado,
arriza la mayor y suelta la verga,
porque el tiempo es ventoso...
Al llegar a este punto, se le unió Long Jack:
Y el tiempo es ventoso,
cuando el viento empieza a soplar,
¡soplemos todos juntos!
Dan prosiguió, no sin echar una mirada de precaución hacia donde estaba Platt,
manteniendo el acordeón en posición muy baja, dentro de la litera:
Saltó el bacalao con su cabeza locuela,
y fue hacia el obenque para tirar la sonda
porque el tiempo es ventoso...
Tom parecía estar buscando algo. Dan se agachó y cantó aún más alto:
Saltó la platija que nada hasta la playa.
¡Cabeza locuela! ¡Cabeza locuela!
¡Mira donde tiras la sonda!
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Una de las altas botas de goma de Platt voló a través del recinto, y fue a dar en uno de
los brazos de Dan. Desde que el muchacho descubrió que bastaba silbar aquella me-
lodía para ponerle furioso, existía una guerra abierta entre ellos.
-¿Pensaste que iba a darme? -dijo Dan devolviendo la bota con precisión matemática-.
Si no te gusta mi música, saca tu violín. No voy a pasarme todo el día aquí oyendo
cómo tú y Long Jack discutís acerca de velas y cirios. Toca el violín, Tom Platt, o le
enseño a Harvey esta canción. Tom Platt se inclinó sobre uno de los cajones y sacó un
violín blanco. A Manuel le brillaron los ojos y de algún lugar detrás del palo del
trinquete sacó una cosa parecida a una guitarra, con cuerdas de metal, que él llamaba
machette. -Es un concierto -dijo Long Jack, con una sonrisa que se distinguió a través
del humo del recinto-. Un verdadero concierto, como los de Boston.
Cayó un verdadero diluvio de gotas de agua al abrir Disko la escotilla, quien entró
llevando un impermeable amarillo.
-A tiempo, Disko. ¿Qué tal ahí afuera?
-Ya ves dijo, mientras se caía sobre los cajones, impulsado por los movimientos del
barco.
-Vamos a cantar para poder digerir el desayuno. Tú, Disko, llevarás la voz cantante
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