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habría distinguido antes d ahora si por desgracia su padre no le hubiera dejad una pequeña
independencia de doscientas libras
la de gastar seiscientas. Sin embargo, tengo la esperanza de que su banquero pueda entra en quiebra o
que participe en alguna especulación que garantice un veinte por ciento, pues estoy convencido de que
si consiguiera arruinarse su fortuna estaría hecha. Belinda Bates, amiga íntima de mi hermana, y una
joven deliciosa, amable e intelectual pasó a ocupar la habitación del cuadro. Tiene verdadero talento
para la poesía, unido a una verdadera seriedad para los negocios, y «encaja», por utilizar un expresión
de Alfred, en la misión de la Mujer, los de techos de la Mujer, los errores de la mujer y todo, aquello
que lleve la palabra Mujer con una M mayúscula, o todo aquello que no es y debería ser, o que es y no
debería ser.
-¡Mi queridísima y digna de alabanzas, que el cielo te siga haciendo prosperar! -le susurré la
primera noche cuando me despedí de ella en la puerta de la habitación del cuadro-. Pero no te
excedas. Y con respecto a la gran necesidad que hay, querida mía, de que haya más empleos al
alcance de la mujer de los que nuestra civilización les ha asignado todavía, no arremetas
violentamente contra los desafortunados hombres, incluso aquellos hombres que a primera vista se
interponen en tu camino, como si fueran los opresores naturales de tu sexo; pues créeme, Belinda,
que a veces se gastan el salario entre esposas e hijas, hermanas, madres, tías y abuelas; y no toda la
obra es Caperucita y el Lobo, sino que tiene también otras partes.
Sin embargo, esto es una digresión. Como ya he mencionado, Belinda ocupaba la habitación del
cuadro. Nos quedaban tres aposentos: la habitación de la esquina, la habitación del armario y la
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habitación del jardín. Mi antiguo amigo Jack Governor, «estiró el catre», tal como él lo expresó, en la
habitación de la esquina. Siempre he considerado a Jack como el marinero de mejor aspecto que ha
navegado nunca. Ahora tiene canas, pero sigue tan guapo como hace un cuarto de siglo... qué va,
mucho más guapo. Es un hombre de hombros anchos, rollizo, alegre y bien constituido, con una
sonrisa franca, ojos oscuros y brillantes y cejas espesas. Las recuerdo bajo sus cabellos oscuros y
todavía parecen mejor por su tono plateado. Ha estado en todas partes en las que ondea la bandera de
la Unión, y he conocido
a colegas suyos, en el Mediterráneo y al otro lado de Atlántico, que se han animado sólo al oír
mencionar ese nombre, y han gritado:
-¿Conoce a Jack, Governor? ¡Entonces conoce: un príncipe!
¡Y eso es lo que es! Y, además, es un oficial de La marina de manera tan inequívoca que si el
lector lo viera salir de una choza de nieve esquimal vestido con pieles de foca, se sentiría vagamente
persuadid( de que iba vestido con el uniforme naval completo
En un tiempo, Jack había puesto su mirada brillante en mi hermana; pero se casó con otra dama y
se la llevó a Sudamérica, donde murió ésta. De ese hace doce años, o más. Trajo con él a nuestra casi
hechizada un pequeño barril de vaca salada; pues está convencido de que cualquier vaca salada que
no haya preparado él es pura carroña, por lo que invariablemente, cuando va a Londres, incluye un
trozo en su maleta ligera. Se había ofrecido también, traer con él a un tal «Nat Beaver», un antiguo
camarada suyo, capitán de un mercante. El señor Beaver con una figura y un rostro como de madera,
y aparentemente tan duro como un bloque, resultó ser un hombre inteligente con todo un mundo de
experiencias marinas y un gran conocimiento práctico. A veces mostraba un curioso nerviosismo, por
lo visto consecuencia de una antigua enfermedad, pero rara vez duraba muchos minutos. Le
correspondió la habitación del armario, que habitó al lado del señor Undery, mi amigo y procurador
legal, quien acudió, como aficionado, «para examinar esto», tal como él dijo, y que es mejor jugador
de «whist» que toda la lista de abogados, del extremo del principio hasta el del final.
Nunca me sentí más feliz en mi vida, y creo que ése era el sentimiento general entre nosotros. Jack
Governor, un hombre siempre de recursos maravillosos, se convirtió en el jefe de cocina, e hizo
algunos de los mejores platos que he comido nunca, incluyendo unos «curries» inaccesibles. Mi
hermana se dedicó a las tartas y dulces. Starling y yo éramos ayudantes de cocina por turnos, aunque en
las ocasiones especiales el jefe de cocina «presionaba» al señor Beaver. Hacíamos muchos ejercicios y
deportes al aire libre, pero nada se olvidaba dentro de la casa, y no había mal humor ni malos
entendidos entre nosotros, por lo que nuestras tardes eran tan placenteras que al menos teníamos una
buena razón para no desear irnos a la cama.
Al principio tuvimos algunas alarmas nocturnas. La primera noche me despertó Jack llevando en la
mano un maravilloso farol de barco, que asemejaba las aga llas de algún monstruo de las profundidades,
para decirme que «iba a arribar al palo principal» para derribar la veleta. Era una noche tormentosa y
puse objeciones, pero Jack llamó mi atención sobre el hecho de que producía un sonido semejante a un
grito de desesperación, y añadió que si no se hacía así alguien iba a «invocar a un fantasma». Así que
subimos a la parte de arriba de la casa, donde apenas sí podía sostenerme por culpa del viento,
acompañados por el señor Beaver; y allí Jack, con el farol y todo, seguido por el señor Beaver, subieron
arrastrándose hasta la parte superior de la cúpula, situad-, a unos diez metros por encima de la
chimeneas, sir nada sólido sobre lo que sostenerse, derribando fríamente la veleta hasta que ambos se
sintieron tan animados por el viento y la altura que llegué a pensar que nunca bajarían de allí. Otra
noche volvieron aparecer junto a mi puerta para derribar un sombrerete de chimenea. Otra noche se
dedicaron a cortas una tubería que sollozaba y sorbía. Otra noche descubrieron algo más. En varias
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ocasiones, ambos, de la manera más fría, salieron simultáneamente por su; respectivas ventanas
agarrándose de las colchas de la cama, para «examinar» algo misterioso que había en el jardín.
El compromiso que habíamos aceptado todos, se cumplió fielmente y nadie reveló nada. Lo único
que sabíamos era que, si la habitación de alguno estaba, hechizada, nadie parecía tener peor aspecto por
ello
El fantasma de la habitación del Amo B.
Cuando me instalé en la buhardilla triangular que tan distinguida fama había obtenido, mis
pensamientos se centraron, lógicamente, en el Amo B. Mis especulaciones con respecto a él eran
muchas y resultaban inquietantes. Si su nombre de pila fuese Benjamin, Bissextile (por haber nacido en
año bisiesto), Bartholomew o Bill. Si la inicial perteneciese a su apellido, y si éste fuese Baxter, Black,
Brown, Barker, Buggins, Baker o Bird. Si fuese un inclusero, y por eso se le había bautizado como B.
Si fuese un muchacho con corazón de león, y por eso B. era una abreviatura de Britano. Si pudiese ser
pariente de una ilustre dama que animó mi propia infancia, y procedía de la sangre de la Brillante
Madre Bunch. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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